Nadie es inmune a la pérdida, el duelo es algo que todos y todas vamos a sufrir alguna vez: perder a un ser querido, romper una relación afectiva o el simple hecho de madurar, supone atravesar diferentes niveles de duelo.
La vida es una sucesión de finales y comienzos a los que solemos llamar cambios. Los cambios suponen pérdidas y estas pérdidas constituyen una de las principales fuentes de dolor en nuestras vidas. Podemos perder a seres queridos que han muerto, parejas, trabajos, viviendas, amistades…incluso sentir como pérdida aspectos de nosotras mismas que se producen con el paso del tiempo (menopausia, cambios corporales, enfermedad…)
La vida muta y nos muta nos guste o no…y no se nos educa para elaborar las pérdidas, las ausencias y los duelos y así, sin saber cómo gestionar ese dolor, lo tapamos, huimos, negamos, pensando que el tiempo hará su trabajo y que pasará…cuando lo único que conseguimos es que con cada nueva pérdida se reactive el dolor antiguo acumulándose al actual. Lo importante no es el tiempo sino lo que hacemos con el tiempo y el proceso de elaboración del duelo nos obliga tarde o temprano, a enfrentarnos a nuestros recuerdos, al pasado y al futuro. Nos ofrece una reflexión acerca de quiénes somos y del sentido de la vida.
¿Se llega a superar alguna vez? Podemos afirmar que, en general si, que con el trabajo personal y un acompañamiento terapéutico, llega un día en el que ves todo diferente, aunque el duelo conlleva sus pasos, sus lágrimas y también su trabajo. Requiere de un esfuerzo aun cuando piensas que no se puede, de sonrisas a veces forzadas, que ni sabes de donde salen y sobre todo requiere valor. Valor de seguir mirando adelante y caminar, de seguir construyendo y llegar a ver que sí se puede, que aunque nada volverá a ser igual, todo puede volver a ir bien.